CAPITULO
I
Cuantos
recuerdos se acumulan con el paso de los años, de aquellos buenos
momentos que siempre gusta recordar, y no olvidar.
Me
viene a la memoria aquellos años en los que en las vacaciones de
verano, me iba con mis primos a su Cortijo, que distaba del núcleo
urbano más importante por lo menos de cinco a siete km.,
aproximadamente. Íbamos los tres andando, pues en aquellos tiempos
las vías de comunicación eran nulas, y los caminos eran los que se
conocían como ¨Caminos de Herradura¨,
porque quién los transitaban eran las caballerías.
Cuando
teníamos proyectado el día de la partida, lo hacíamos temprano
para que el sol, no se encargara de nuestros débiles cuerpecitos,
pues nuestras edades comprendían, sobre los seis o siete años
aproximadamente.
El
camino en algunos tramos se hacía demasiado pesado y más por lo
angosto del terreno, sobre todo con tantas pendientes, que en la gran
mayoría de las veces se pensaba en ¨Arrojar la
Toalla¨, como se suele decir en el argot Pujilístico, pero
con el afán de llegar lo más pronto posible al lugar de destino, a
veces nos pedíamos a nosotros mismos demasiado esfuerzo, sin ninguna
necesidad, puesto que teníamos todo el tiempo que quisiéramos en
llegar; no teníamos una hora en concreto para terminar nuestro
recorrido. Y sabíamos además dentro de nuestras cortas edades,
tomarnos la vida con Filosofía.
Yo
siempre era el que me quedaba más rezagado del grupo, pero hay que
comprender que el terreno no me favorecía en absoluto y al no estar
acostumbrado a esas caminatas, mi pequeño cuerpo lo notaba más que
al de ellos.
A
veces daba la sensación que caminábamos solos, pero era un sendero
donde había mucho movimiento, de personas a veces, con sus
respectivas caballerías.
En
algunas ocasiones las personas que nos encontrábamos a nuestro paso,
nos preguntaban que, adónde íbamos por allí tan solos, bien porque
se preocupaban de unos niños, que caminaban sin una persona mayor
que los acompañara; o por el hecho de informarse adonde caminábamos.
La gran mayoría de los que nos cruzábamos nos advertían de que
tuviésemos mucho cuidado donde poníamos los pies para no tropezar.
La gente que vive en el campo, suelen ser Amables
y de Buen Corazón.
Durante
el largo trayecto que a veces rosaba casi las cuatro o cinco horas,
entre descansar, tomarnos el bocadillo y otros menesteres, también
en algunas ocasiones, nos parábamos en otros Cortijos de otros
familiares que a lo largo del camino había algunos.
Cuando
a lo lejos divisábamos desde una atalaya, en una hondonada el
Cortijo nos poníamos locos de contentos y se nos olvidaba al
instante tanto esfuerzo realizado para llegar a nuestro Destino.
Francisco
Domínguez.
Me gusta mucho el relato sobre tu aniñes son casas que todos
ResponderEliminarañoramos