lunes, 1 de febrero de 2016

RECUERDOS DE MI NIÑEZ. I


CAPITULO I

  Cuantos recuerdos se acumulan con el paso de los años, de aquellos buenos momentos que siempre gusta recordar, y no olvidar.
  Me viene a la memoria aquellos años en los que en las vacaciones de verano, me iba con mis primos a su Cortijo, que distaba del núcleo urbano más importante por lo menos de cinco a siete km., aproximadamente. Íbamos los tres andando, pues en aquellos tiempos las vías de comunicación eran nulas, y los caminos eran los que se conocían como ¨Caminos de Herradura¨, porque quién los transitaban eran las caballerías.
  Cuando teníamos proyectado el día de la partida, lo hacíamos temprano para que el sol, no se encargara de nuestros débiles cuerpecitos, pues nuestras edades comprendían, sobre los seis o siete años aproximadamente.
  El camino en algunos tramos se hacía demasiado pesado y más por lo angosto del terreno, sobre todo con tantas pendientes, que en la gran mayoría de las veces se pensaba en ¨Arrojar la Toalla¨, como se suele decir en el argot Pujilístico, pero con el afán de llegar lo más pronto posible al lugar de destino, a veces nos pedíamos a nosotros mismos demasiado esfuerzo, sin ninguna necesidad, puesto que teníamos todo el tiempo que quisiéramos en llegar; no teníamos una hora en concreto para terminar nuestro recorrido. Y sabíamos además dentro de nuestras cortas edades, tomarnos la vida con Filosofía.
  Yo siempre era el que me quedaba más rezagado del grupo, pero hay que comprender que el terreno no me favorecía en absoluto y al no estar acostumbrado a esas caminatas, mi pequeño cuerpo lo notaba más que al de ellos.
  A veces daba la sensación que caminábamos solos, pero era un sendero donde había mucho movimiento, de personas a veces, con sus respectivas caballerías.
  En algunas ocasiones las personas que nos encontrábamos a nuestro paso, nos preguntaban que, adónde íbamos por allí tan solos, bien porque se preocupaban de unos niños, que caminaban sin una persona mayor que los acompañara; o por el hecho de informarse adonde caminábamos. La gran mayoría de los que nos cruzábamos nos advertían de que tuviésemos mucho cuidado donde poníamos los pies para no tropezar. La gente que vive en el campo, suelen ser Amables y de Buen Corazón.
  Durante el largo trayecto que a veces rosaba casi las cuatro o cinco horas, entre descansar, tomarnos el bocadillo y otros menesteres, también en algunas ocasiones, nos parábamos en otros Cortijos de otros familiares que a lo largo del camino había algunos.
  Cuando a lo lejos divisábamos desde una atalaya, en una hondonada el Cortijo nos poníamos locos de contentos y se nos olvidaba al instante tanto esfuerzo realizado para llegar a nuestro Destino.

Francisco Domínguez.

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